La taza se hizo añicos contra el suelo. La cucharilla que antes flotaba a su alrededor cayó estrepitosamente y apenas tuvo tiempo de atraparla con las manos. Las articulaciones de los dedos crujieron al cerrarse por primera vez y un profundo calambre le recorrió todo el brazo. De pronto el cuerpo le pesaba, la cabeza se le vencía hacia los lados y nada en su entorno se comportaba como de costumbre. Las sillas caían, las sábanas se aferraban al colchón y sus cuadernos y lápices chocaban contra el escritorio. La ropa yacía ahora esparcida por el suelo y algunas fotos caían lentamente dejando en el espacio extraños recorridos. Una poderosa fuerza atravesó su cuerpo y lo dejó postrado en una silla en la que jamás se había sentado. El contacto de la madera en sus piernas y en su espalda despertó en él un sentimiento nunca antes experimentado. Trató de ponerse en pie, pero una inusitada fuerza inmovilizaba sus extremidades. En aquel momento lo sintió: el peso del mundo empezaba a caer sobre sus hombros y él ni siquiera podía levantarse.