La niña, callada y triste, mira sus zapatos agazapada en un lado del sofá. El padre, preocupado e inquieto, da vueltas delante de ella. La hija, enmudecida, aprieta con todas sus fuerzas las piernas. Una contra la otra.Descargando allí todo el mar de sentimientos imposibles de convertirse en verbo. El hombre, comprensivo y protector, se encoge delante de la niña. “Cuando te pase algo así, tienes que salir corriendo. Tienes que huir”. La hija, inocente y temblorosa, asiente. No sabe que crecerá creyendo que contra la violencia tan solo hay una respuesta. Huir.