Con las manos empapadas se acarició la frente. El agua estaba fría. Casi gélida. Y eso le encantaba. La bocanada de vida que le entraba por los poros de la piel la ayudaba a borrar de su cabeza todo lo que había vivido durante la noche anterior.
En sueños. En unos sueños que prefería ignorar. Estaba cansada de andar persiguiendo algo que conseguía caducar su existencia. Sin embargo ese algo, ese deseo, esa voz silenciosa volvía a visitarla cada noche. Cuando sus ojos se cerraban y su conciencia moría durante algunas horas.