No había planeado el encuentro con aquel poco conocido sentimiento. Pero apareció. Como de la nada. La envolvió con su sabiduría y la impregnó con esas ganas que a veces sientes que te faltan. Estuvo con ella durante una milésima de segundo.
Y cuando pudo reaccionar, intentando asimilar que por fin había conseguido conocer la felicidad, se esfumó. Se esfumó para siempre. Y en la atmósfera que creaba la tenue luz nocturna atravesando la ventana se quedó dormida. No esperaba que al día siguiente y durante el resto de su vida se preguntaría si aquel encuentro no había sido más que un sueño. Un sueño pasajero.